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En el marco del programa de formación La Comedia en curso, el miércoles 13 de abril, de 18 a 22 h, y el jueves 14, de 10 a 14 h, tendrá lugar en Teatro Municipal La Comedia el seminario Máquinas Teatrales. El piedrazo en el espejo, dictado por el actor, director y dramaturgo Pompeyo Audivert. El curso, que cuenta con cupos limitados, está dirigido a actores, actrices y estudiantes de teatro. También prevé la participación de directoras, directores y teatristas de todas las áreas en calidad de oyentes. El costo del seminario es de $2500 para quienes lo cursen en modalidad tallerista y $1500 para los oyentes. La inscripción se realiza en la boletería del teatro de martes a viernes de 10 a 19 h y los sábados de 9 a 13 h. Por consultas comunicarse a [email protected] . Los cupos son limitados. La Comedia en curso es un programa de formación que busca brindar herramientas para la continua profesionalización del sector de las artes escénicas. Contempla cursos y seminarios que se desarrollarán a lo largo de todo el año.   Acerca de la propuesta Durante el seminario se trabajarán procedimientos y estrategias de composición físico-expresiva (Cuerpo) de composición escénica (Espacio) y de composición discursiva (Palabra). Se definirán una serie de “Máquinas Teatrales” que funcionarán como síntesis dramática de dichos procedimientos y de esta política formal, como escena de ellos. El objetivo del curso es hacer surgir en las prácticas una concepción teatral y un lenguaje de actuación de naturaleza metafísica, creando escenas que puedan existir a partir de mecanismos y políticas formales autónomas denominadas “El piedrazo en el espejo” Se trabajarán textos de la autora Olga Orozco como fuente para la asociación poética discursiva. Cada participante deberá memorizar una poesía de Olga Orozco que le será enviada. Además, lso participantes recibirán una serie de textos teóricos, extraídos del libro El piedrazo en el espejo. Teatro de la fuerza ausente, de Pompeyo Audivert, que permitirá enmarcar teóricamente las reflexiones sobre la práctica.   Sobre las Máquinas teatrales Si pensamos al teatro, más allá de los lenguajes y de las obras con que se enmascara, y lo consideramos solo como mecanismo, si notamos que su “ser” es solo detectable en la medida de su hacerse, bajo alguna identidad circunstancial artificial que reviste su estructura volviéndola invisible; es decir, si lo consideramos desde una perspectiva formal básica (máquina) más allá de lo representativo histórico ficcional con que se suele recubrir su operación, se revela de inmediato un sistema funcional que es profundamente temático de otro nivel significativo totalmente distinto al de la “obra de teatro” tal cual la concebimos habitualmente. Ante todo, podemos decir que ese mecanismo formal que llamamos teatro es, más allá de las máscaras con que se invisibiliza, una operación ritual vinculada a la identidad poética, que los actores son el borde físico de dicha operación que está constituida, además, por el testigo del acto que la activa con su presencia, el espectador, y que esta experiencia ritual que suspende el tiempo, la presencia y el espacio, está en permanente relación con el nivel histórico pero que no es de allí, sino que utiliza a dicho nivel para manifestarse y expresarse. En fin, que el teatro es la “estructura-soporte” de una dinámica ritual poético-metafísica que, a su vez, es expresión de una de una zona dorsal de la identidad individual y colectiva que así se representa. Una razón de fondo sorda y secreta vinculada a la estructura metafísica del acto teatral anima la escena máquina, y es que antes de tener máscara, tema aparente, o algún signo sobre el cual desarrollar una estrategia representativa poética, la escena ya significa en sí misma como mecanismo; es testimonio de una estructura de producción deseante, el esqueleto que sostiene el paisaje teatral, expresión de un nivel metafísico que quiere ponerse en juego. Ese es el sentido de la máquina, su ser mecanismo de un deseo de producción anti-histórico que quiere a través de una política formal mantener su independencia y evitar la captura, alienación y codificación a que están expuestas todas las máquinas deseantes (que siempre son el alimento, el combustible del capitalismo que las degenera torciendo el deseo en goce furtivo, reproducción sintomática de la compulsión). Creamos las máquinas teatrales para poner de manifiesto esa estructura metafísica del teatro, para ponerla en acción, desocultarla y entrar en relación con ella en la percepción de que allí se juega la identidad del acto teatral, su sentido existencial, y que esa identidad refiere la nuestra. Lo cual no quiere decir renunciar a lo histórico, a las convenciones y temáticas aparentes, sino situarlo de otra manera en la operación teatral, no ya como el sentido de base de la escena sino como materialidad carnada de una política de representación de la fuerza ausente. La máquina es un mecanismo técnico teatral, unas reglas de juego que los actores asumen como asunto dramático y como forma de producción de la escena; es una mecánica formal, y también una política artística, un procedimiento que puede ser considerado como “obra de teatro” pues los factores que la producen son siempre los mismos y se repiten cada vez que la escena máquina se representa. Pero a diferencia de la obra de teatro, donde dichos factores son el texto y la puesta y están definidos como partitura, en la máquina las palabras y los movimientos son distintos cada vez, pues en este caso son solo los efectos del sistema formal de juego, que es la causa de los acontecimientos escénicos. Las causas y cauces formales que la máquina establece y coordina, producen distintos efectos dramáticos, aunque de una misma naturaleza productiva. Improvisamos estableciendo consignas que rigen las dinámicas físicas de la escena (cuerpos, cuadro escénico, palabra) y producen las “circunstancias formales” donde se cruzan y trenzan el nivel sagrado y el profano que dichas circunstancias desencadenan a partir de su forma de producirse. Nos interesa lo que sucede en esa encrucijada, la escena que se destila de los actores en esa red de acotamiento, por dónde se dispara la asociación en esa encrucijada, la teatralidad que se insinúa a partir de esa ortopedia, esa es la improvisación que practicamos, la que genera las condiciones de una afloración poética de los actores en una escena anti-histórica.  (Fragmento del libro El piedrazo en el espejo. Teatro de la fuerza ausente, de Pompeyo Audivert, Editorial Libretto)